Selena Luczak arribo al aeropuerto a primera hora de una fría mañana. Acompañada por su abogado. Traía un recatado traje color negro, gafas oscuras, un sombrero con velo que cubría parcialmente su rostro y una pequeña maleta. Para ese entonces, coleccionaba ya tres amantes muertos por otros lares, y un sinfín de amuletos. La fortuna era su mejor amiga, pero nunca había sido suficiente. Finalmente, vuelto por la porción que le faltaba: la fortuna de su esposo. Tras un considerable viaje en taxi y sin tener conversación alguna con su acompañante a las puertas del barrio chino, despidió al abogado y se dispuso a hacer los trámites del caso.
- Hola Yin. Espero que tengas mi encargo.
- Nunca decepciono a mis clientes, madam. Le dije que lo tendría en seis meses y es hoy que se cumple el plazo.
- Bien. Lo quiero enseguida.
- Pase por aquí por favor…
Al final de un pasadizo amplio, rodeada de una luz tenue, se hallaba una puerta amplia color madera, robusta a la vista.
- Este lugar es más grande de lo que pensé.
- Ya lo creo, madam. A mi abuelo siempre le gustó sorprender a los clientes. Fue él quien lo diseñó. Además, este amuleto es un caso especial. Es por eso que lo escondemos aquí y que no he podido mandárselo rápido y por correo.
- ¿Un amuleto especial?
- El señor Luczak no era un pez cualquiera –sonrió-. Bueno, entremos.
La habitación era un caos. El cuerpo decapitado yacía desnudo sobre la cama. Las sabanas tinturadas de sangre goteaban lentamente su contenido hacia el piso creando un charco. Las paredes salpicadas con pequeñas gotas del mismo elemento dibujaban rostros de lamento. El bicho, de gran tamaño alado y desagradable, bebía la sangre de la cabeza. La puerta se abrió. Sirene, el bicho, volvió a su forma original y corrió diminuta hasta su verdadero dueño. Yin la alzó con los dedos mirándola con ternura le hizo una venia con la cabeza y se dio media vuelta.
La sangre del lugar horrorizó a la mujer. La puerta se cerró con ella dentro. Estaba tan pasmada que no percibió a su nuevo acompañante.
Del cuello vacío de Franz K, surgía un pequeño bicho alado y desagradable, de ojos diminutos y coraza marrón. A pesar de su aspecto físico brindaba cierta ternura y confianza, poco a poco se fue acercando temeroso a Selena soltando una cálida melodía.
Desde la habitación contigua, el joven Yin con mucha tranquilidad escuchaba la canción de la muerte, se servía el té de jazmines que siempre bebía en estas situaciones y guardaba a Sirene en su pequeño sarcófago.
Le colocó justo al lado del teseracto con una leve sonrisa de satisfacción. Al lado sobre la misma mesa el periódico revelaba el hallazgo del cuerpo de Clyde Barker, descuartizado junto al desagüe. “La policía carece de pistas”.
Yin cerró el periódico. Tomo un sorbo de su té de jazmines y se recostó sobre una silla de madera con tallados de dragones. Relajado respiro profundo.
Cinco minutos después, sonaba el teléfono. Era otro cliente.
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